El ladrido de la rehala
La modalidad de caza más practicada en España es sin duda la montería, de la que hablamos más profundamente en este blog “La montería española”. Pero en este apartado concretamente daremos importancia a los protagonistas de este tipo de caza, los perros rehaleros. Tanto la figura de los canes como la del mayoral de la rehala, son de vital importancia para una jornada exitosa, son el alma de la cacería.
¿Cuál es el origen de la rehala?
Hay que remontarse a la Extremadura del siglo XIV para buscar sus inicios, concretamente a la escritura de “El libro de la Montería” por Alfonso XI. En este documento, queda constancia de más de 200 relatos sobre cacerías de sobre todo oso y jabalí, en las que los perros eran los protagonistas en la mancha y eran organizados como si de una batalla militar se tratase. La ballesta era el arma fundamental y hasta el siglo XVI no hubo un cambio hacia el arcabuz. De esta manera, son más de 700 años de tradición ininterrumpida todos los fines de semana y festivos de la temporada.
Suenan las caracolas, empieza la batida
Todo empieza una mañana fría de invierno, la escarcha sigue en el monte y el rehalero se acerca a sus perreras temprano para hacer la recogida de perros y llevarlos a la batida. Ya lleva más de tres horas despierto, cuando se reúne para el desayuno montero con todos los cazadores. En este encuentro se intercambian interesantes conversaciones cinegéticas, experiencias y se respira la emoción e ilusión en el ambiente.
Se empieza el sorteo, en el que cada puesto es repartido a los cazadores, que se apresuran hacia sus todoterrenos para llegar al lugar asignado y esperar. Todo parece estar listo para que los rehaleros realicen la suelta.
La suelta se realiza con un perrero que se tiene que saber la mancha a la perfección, los perros salen ansiosos de su transporte y muchos de ellos ya huelen las presas a kilómetros, comienza la batida. Según el Conde de Yebes, escritor de “20 años de caza mayor”, hay cuatro formas de cubrir el terreno:
- La primera, como su nombre indica es empezando en un extremo y terminando en el opuesto.
- La segunda consiste en colocar una armada principal dividiendo el centro de la mancha y soltar un grupo de rehalas en un extremo y otro grupo en el otro, marchando éstas al encuentro o tope, que tiene lugar en la armada central.
- La tercera, variante de la anterior, consiste en que las rehalas no se detengan en el encuentro, sino que cruzándose, continúen hasta terminar, respectivamente donde terminaron las otras. Con esto se obtiene el batir de un modo perfecto la totalidad del terreno, pero requiere gran cantidad de escopetas y perros, ya que hay que rodear totalmente y además meter una armada importante en el centro.
- Finalmente, la última que puede ser dando la vuelta entera a la mancha, consiste en empezar las rehalas en un punto para terminar en el mismo, después de haber recorrido toda la superficie.
Los perros cubren la mancha al son de las caracolas y los gritos de "esbarra" que hacen sus mayorales. Carreras y carreras se suceden en el monte, con la suerte de hacer pasar las reses por delante de los puestos, donde los monteros realizan increíbles lances y abaten a las presas. En otras ocasiones, esas carreras las ganan los perros, que agarran al animal hasta que llega el rehalero para abatirlo en una lucha por proteger a sus canes.
En acabar la faena, el rehalero espera que todos los perros vuelvan al lugar de recogida, y si no es así, no descansa hasta encontrar hasta el último partícipe de su preciada rehala. Tras esto, es hora de recoger las presas, disfrutar de una tradicional comida e intercambiar las experiencias de la jornada. Los perros, mientras tanto, se quedan dormidos en el remolque, esperando de nuevo un fin de semana montero.
Composición de una rehala tradicional
Estos perros no son perros cualquiera, deben contar con una serie de habilidades para sacar a las reses del monte y correrlas hasta los puestos. Deben tener una gran afición a la caza, un olfato muy fino, valentía de enfrentarse a las presas, persistencia hasta conseguir su objetivo y ladra para avisar a los otros perros cuando encuentra un animal.
Estas cualidades usualmente las apreciamos en unas especies determinadas de perros cazadores, aunque también depende del criterio del rehalero, terreno o presas que se quieran abatir. En este apartado configuraremos un ejemplo de una rehala de 9 colleras tradicional:
Una collera de puntas: Formada por podencos de tamaño mediano, como el portugués o el andaluz. Este perro es un gran buscador de caza, con buenos vientos, ligero, rápido y con mucha dicha, es la raza por excelencia para la función de encontrar y levantar caza.
Cuatro colleras de talla grande: Por ejemplo podencos canarios o andaluces de talla grande. Estos animales son rápidos y dan grandes zancadas para mover a las reses de su encame.
Dos colleras de ayudantes en agarre: Suelen ser usualmente perros amastinados para ayudar a los perros de agarre oficial. Son perros grandes con gran coraje hacia la presa.
Dos colleras de perros de agarre: Estos perros sujetan la presa hasta que llega el perrero a rematar la presa a cuchillo. Las razas predominantes son los alanos o los dogos. Estos perros tienen una gran fuerza y desgarran a la presa, por lo que no es recomendable tener muchos, ya que no llegarían las presas a los puestos de tiro.
Para acabar este blog dejamos esta “Carta abierta a un amigo rehalero” extraída de Locos por la caza. En ella se puede sentir de manera más cercana la labor del mayoral y su rehala.
Si bien el que montea, con orgullo se llama montero, sabe siempre que la montería es posible gracias al rehalero.
Aunque el origen de la montería es discutido, parece que se sitúa en la baja edad media, y siempre en España, hay un factor que hace que la montería se haya mantenido fiel a su origen y sin duda, eso son los perros y el que los comanda, el rehalero.
Como si se tratase de un director de orquesta, dirige a los perros y mueve la caza, buscando que el monte se mueva y la dehesa se llene de carreras alocadas, que con suerte, el montero transformará en lances.
Para ser rehalero, hay que valer, y en mi opinión, se nace aunque hay quien dice que se puede aprender. Andarines incansables, que abren caminos donde no los hay, que pasean entre las bocas de los cañones de armas cargadas, y lanzan a sus rehalas a la persecución y captura de jabalíes y reses. En muchas ocasiones rematan lances peligrosos, buscando la seguridad de sus perros, enfrentándose y viendo la muerte en primera persona, sacando el máximo a sus perros, que tienen tal devoción por sus amos, que a su grito, no dudan en lanzarse a un precipicio o a un tumulto con un navajero repartiendo cuchilladas indiscriminadamente.
Los hay distantes, adustos y recios… los hay menudos, bromistas y deslenguados, pero todos ellos, llenos de coraje, puñal en mano, son capaces de dar muerte, o llevar a su perro herido en brazos. Más de uno me ha subido las pulsaciones al grito de «¡Ahí va el guarro!», o «Baja un guarro muy grande!».
Desde aquí, amigo rehalero, te doy las gracias, por hacer posible el sentimiento montero. Que nadie apague tu voz, que nadie dude de tu amor por tus perros, Que la montería española, se lo debe todo al caballero rehalero.
Obra de Jorge Manzanares, para más cuadros visita nuestra web
Autor: María Balletbó